La realidad social, desde hace años, nos enfrenta a adaptaciones profundas y con ellas, surgen nuevas propuestas pedagógicas, que luchan por tener un lugar legítimo, dentro de un nuevo mapa cultural y social.
En este marco, el Nivel Inicial, como primer eslabón del sistema educativo, es hoy, indispensable para muchas familias. En esta urgencia y/u necesidad familiar - que no es sólo un espacio que se elige por necesidad de los padres, sino también, un espacio propio para los niños pequeños -, acompañar su desarrollo, es un acto sumamente complejo, y por ello, debe realizarse con rigor profesional y con la contención afectiva y el sostén que necesitan y merecen los niños, para proyectarse audazmente.
De allí, que en un universo tan complejo, como el de los adultos, desde el Jardín de Inmaculada, construimos un lugar diferente, donde los chicos se expresan, aprenden, crecen en libertad…
Si bien, la Educación Inicial es una unidad pedagógica, organizada en dos ciclos:
el Jardín Maternal, que incorpora los niños desde los 2 años de edad.
el Jardín de Infantes, para los niños de 3 a 5 años (iniciándose a partir de los 4 años, la educación obligatoria)
en toda ella, nos proponemos un ambiente cálido y acogedor que invita a jugar, a explorar, a encontrarse con otros, con escenarios permanentes, en los que se ofrecen variados desafíos para elegir, siempre al alcance de los pequeños y que favorecen su autonomía y sus descubrimientos.
“Enseñar a descubrir” el mundo, es la misión de nuestro Jardín. Cabría preguntarnos. ¿qué implicancias pedagógicas tiene esta experiencia profunda de “enseñar a descubrir”?
El niño que ingresa al Jardín, empieza a descubrir otro marco social más amplio, se integra a la vida grupal, estableciendo nuevos vínculos con adultos y niños, ajenos a su entorno, hasta entonces conocidos.
Comienza a aprender a compartir el afecto y la atención del adulto con el grupo de pares, tiene que escuchar a sus compañeros, compartir espacios y materiales de juego.
Considerado así el proceso de socialización, en nuestra escuela, desde su función educativa, supone la enseñanza de conocimientos válidos y significativos y un proceso atravesado y definido por lo propio de cada institución.
Favoreciendo y estimulando la maduración emocional y cognitiva de los chicos, a partir de estrategias como la exploración, la indagación, las experiencias vivenciales, posibilitamos que vayan descubriendo las letras, los números, las ciencias, el arte, la música… porque cada vez que ellos juegan, vuelan, piensan, sueñan, cantan, viven, van construyendo gradualmente los conceptos. La búsqueda del conocimiento, el anhelo por conocer, es sin duda, una de las características que mejor define este aprendizaje por descubrimiento, del que hablamos: comienzan por la acción, los más pequeños, para en forma progresiva, avanzar por las imágenes, y finalmente por el lenguaje, por la palabra.
Los chicos tienen su gran oportunidad, la participación y los docentes, un desafío, ser mediadores y guías para que los niños recorran el camino y alcancen los objetivos que se proponen.
Los “pequeños grandes descubridores” se convierten en pensadores creativos y críticos, fundamentalmente porque el descubrir es generador de motivación y de confianza en ellos mismos.
En síntesis, el “ser parte” del Jardín Inmaculada es ser habitante de un espacio significativo que mantiene vivas las iniciativas personales; privilegia el encuentro con los otros; despliega el sueño de Dios, que involucra a todos; propicia situaciones de juego-trabajo; ofrece escenarios de aprendizaje, ricos y variados, que permiten a los niños, explorar, confrontar, investigar, reflexionar, gozar, sentirse felices cuando se descubren autónomos, seguros de sí mismos, interesados por el mundo que los rodea…
